Un viaje onírico e introspectivo por la mente de un periodista mexicano que recorre su propia vida, marcada por su sentido de la verdad, sus afectos y su identidad.
Por Oscar Almeida.
En un sarcástico trance introspectivo, un notable
periodista mexicano radicado en Estados Unidos regresa a su país, purgando sus
pasiones intelectuales y afectivas, entre discordias y nostalgias, cuestionando
su identidad y sentido de compromiso.
Con una producción de Estudios Churubusco, M Producciones, Redrum, y Netflix, bajo la dirección de Alejandro González Iñárritu, “Bardo” es una película que se sumerge en diversas problemáticas de México, a través de una secuela de escenas que se abren una a la otra fluctuando caprichosamente en el imaginario de su personaje principal, Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho), mediante un trance introspectivo.
Los
temas van desde el círculo familiar, hasta aspectos históricos y políticos de
dicho país. Donde este personaje reflexiona sobre el sentido de la verdad como deber
profesional, cuestionando el compromiso ético y social del periodismo.
A esto se agregan temas como: las relaciones entre México y EUA, los círculos de poder, la desigualdad, la violencia y la migración, alternando con momentos personales e intempestivos, sobre la memoria paterna y materna, así como la dolorosa pérdida de un hijo. Valiéndose de imágenes poderosas bajo el compás constante de la muerte.
Al
final, se presentan los hechos de la trama que explican la naturaleza dislocada
e introspectiva del personaje, misma que define el carácter narrativo del filme,
justificando así su tono irracional, sarcástico, paródico y desmesurado, que habrá
de culminar en su peculiar estructura cíclica.
Por ese carácter onírico, “Bardo” despliega un notable tratamiento visual donde destaca la fotografía de Darius Khondji y la dirección de arte del mexicano Eugenio Caballero, aportando ambos un universo singular donde reina la intimidad y el simbolismo, poniendo en relieve lugares y aspectos emblemáticos de México.
Al parecer el director actúa encubierto bajo la consigna de su propio personaje Silverio Gama, quien -dentro de la ficción- nombra a su propio documental como “Falsa crónica”, y donde ambos -en complicidad- parecieran inmacularse y esconderse, -relativizando el discurso- bajo el escudo de lo “Falso”, exentando así cualquier postura al respecto.
En conclusión,
veo una sofisticada -pero engañosa- producción, cuya deliberada visión
panorámica sobrevuela temas difíciles y controvertidos, en los que resulta
mejor no acercarse mucho para no hundirse en ellos. Al fin que sus alcances
estéticos pueden ser tan convincentes, que vuelven deslumbrante su notoria ambigüedad.
Quizá en
el fondo “Bardo” expresa con acierto un -Estado de cosas- donde la llamada “Verdad”,
comparece al desnudo en un circo mitológico de simulacros y espejos distorsionados.
Pero donde entonces, por ello cualquier apreciación puede también justificar su
derecho a la complacencia, en un mundo de irrealidad convertida en normalidad.
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